lunes, 16 de julio de 2007

Películas Nuevas 2




MALPERTUIS, de Harry Kümel

Películas Nuevas 1



Historia de una prostituta, de Seijun Suzuki (Acá abajo el trailer)


sábado, 14 de julio de 2007

Historia de mi vida



Hace 6 años murió Gila, éste es un pequeño homenaje

Ese monstruo de Gila
Por Juan Sasturain

No sé qué habrá dicho Gila cuando se murió, entero y con más de ochenta hace exactamente cinco años, el 14 de julio del 2001, en Barcelona. El, que había hecho infinitos chistes de muertos en el cajón o en el cementerio bajo tierra, de muertos en guerra, de muertos en general, y de viudas, de asesinos y de verdugos, debe de haber vacilado en el minuto final, como uno de sus cejijuntos personajes a rayas frente al pelotón de fusilamiento. “¿Ahora qué pasa?”, lo apura el militar a cargo de la ejecución. “Nada –contesta la inminente víctima–. Que estoy pensando una frase final y no sé si decir ¡Ay, madre! o ¡Mira qué leche!”
La cuestión es que se murió pero es como si no. Ayer estábamos escuchando una cinta con sus monólogos en vivo –creo que el disco original se llamaba Historias de mí– y un amigo recordaba cuando, de pibe y en familia, allá por los sesenta, veían a ese gallego flaco y de gorra haciendo el número del teléfono en “Sábados Circulares” de Pipo Mancera: “¡Que se ponga...!”, etcétera. Todos se reían y el abuelo –un gallego, qué otra cosa iba a ser– repetía habitualmente con incredulidad y sin ironía alguna al terminar el sketch: “¿Y este hombre vive de hacer eso?”. Sí, claro que sí: Gila vivía del humor y es probable que el humor (negro, absurdo, absolutamente bestia, incorrecto, bien de gallego) lo haya salvado, le haya permitido vivir.
Su historia es simple, ejemplar. Miguel Gila Cuesta había nacido en 1919 en el madrileño barrio de Chamberí. Huérfano de padre, pobre de salida nomás, abandonó la escuela para trabajar desde chaval. Fue mecánico y fresador. Militante adolescente en las Juventudes Socialistas, al estallar la Guerra Civil se alistó como voluntario –junio de 1936– en el Quinto Regimiento de Lister. En diciembre de 1938 fue capturado e internado hasta mayo del año siguiente en un campo de prisioneros donde coincidió con Miguel Hernández. Lo pasearon después por varios penales e hizo cuatro años de servicio militar...
Siempre había dibujado, de chico. En 1942 apareció La Codorniz, que dirigía Miguel Mihura. Mandó un chiste –uno lo ve y se acuerda de Landrú, de Oski, que empezaban también por entonces, pero acá– y se lo publicaron: un soldado de rostro y gesto primitivo dice ante su superior: “Mi capitán, se me ha roto el caballo”. Y trae la cabeza y parte del cuello bajo el brazo; el resto está parado, atrás... Una barbaridad, nada que ver con nada. O sí: la añeja negrura española, algo que viene de Goya, de más atrás. Ese costumbrismo feroz, virado al humor negro y absurdo que jamás lo abandonará, será su registro, marca de fábrica y también sello identificatorio de muchos de sus coetáneos y sucesores: de Chumy Chúmez, Perich, Summers hasta Ops o el Forges... Para no hablar de Azcona y Cía. en el cine.
Después Gila colaboró semanalmente en Don José, en Hermano Lobo, hasta que a principios de los cincuenta –sin dejar de dibujar nunca– saltó al teatro como un espontáneo, improvisando un monólogo sobre su experiencia como voluntario en una guerra. Y arrasó. A partir de ahí trabajó en radio y en el escenario con ese material de su invención, sus monólogos seudoautobiográficos, sus increíbles charlas telefónicas con la voz de un solo lado, al estilo de La voz humana de Cocteau. Tuvo un éxito terrible, vendió discos y discos, hizo películas, se convirtió en un cómico famoso. Después, las giras por Latinoamérica que ante la presión e incomodidad del régimen franquista derivaron en exilio. Trabajó y vivió en México, también en Cuba y en todas partes. Hasta que en la segunda mitad de los sesenta recaló en la Argentina, convirtió a Buenos Aires en su lugar de anclaje. Y se quedó muchos años.
En 1972, Ediciones Sunda publicó su único libro acá: Gila y su gente, en el que juntaba chistes de curas, de pobres, de militares, de verdugos, un par de monólogos –“Historia de un militar contada por su huerfanito” y “Recuerdos de mi infancia”– y ciertos “Pensamientos para no pensar”:”Para saber si una tortuga es macho o hembra se le hacen cosquillas en la panza; si se pone contento es macho y si se pone contenta es hembra”. A la muerte de Franco volvió a publicar allá –hay un lindísimo libro del ’75, Libro de quejas– y fue de gira después de tanto tiempo, en 1977. Volvió a su patria definitivamente recién en 1985. Tenía 66 años.
En Internet se pueden encontrar estos datos y muchos más. Sobre todo, los libros que publicó en los noventa e incluso los que salieron después de su muerte: Cuentos para dormir mejor, del mismísimo 2001, por ejemplo. Pero para el que quiera tener una imagen más completa de este gallego de gorra sempiterna que decía “¡Que se ponga!” al teléfono y contaba la guerra en clave de siniestro absurdo, acaso le convenga conseguirse un volumen chico, de 1976, editado por Planeta de España en su colección Fábula, que se llama simple, modestamente, Un poco de nada.
Desde la tapa nomás, un Gila de mirada melancólica avisa del tono. Esas memorias de a pantallazos –que de eso se trata– son por lo menos dos cosas: un documento crudo e imperdible y la revelación de un notable narrador. Gila, un verdadero monstruo.

jueves, 12 de julio de 2007

Películas Nuevas 3






Todos Rieron, de Peter Bogdanovich
Niños del hombre, de Cuarón
Matadero 5, de George Roy Hill sobre la novela de Kurt Vonnegut Jr.
Memorias de un asesino, del mismo director que The Host
The Naked Down, de Edgar Ulmer
Zazie en el metro, de Louis Malle
Caballos de fuego y El color de las granadas, de Sergei Paradjanov
Combates de amor en sueños, de Raoul Ruiz
Daguerrotipos, de Agnès Varda
Decision at Sundown, de Budd Boetticher









Películas Nuevas 2












Almas en la hoguera, de Henry King
I love you Alice B Toklas, de Hy Averback
La Noche Nupcial, de King Vidor
China Doll, de Frank Borzage
Convict Stage, western de Lesley Selander
Doctor Dolittle, de Richard Fleischer
Kagemusha, de Akira Kurosawa
El signo de Venus, de Dino Risi con Sofia Loren
El día de los muertos, de George Romero
Los siete locos, de Leopoldo Torre Nilsson
Los Miserables, de Richard Boleslawski
Los Miserables, de Lewis Milestone
Amazon Women on the Moon, de Joe Dante

Sobre Metropolitan

Por Rodrigo Fresan

Chicos ricos con tristeza
Hace poco más de quince años, un ignoto director llamado Whit Stillman estrenó una película que fue celebrada como la llegada del verdadero heredero de Woody Allen, con smoking y libros de Jane Austen, Fitzgerald y Tolstoi bajo el brazo. Pero dos películas después, Stillman prácticamente se esfumó de las pantallas. Ahora, el lanzamiento en DVD de aquella joya y el anuncio de su regreso como director devuelven la esperanza.

SMOKING ALQUILADO
Cuando se estrenó en 1990, Metropolitan fue una rareza. Más de una década y media después, Metropolitan sigue siendo una de esas encantadoras y muy contadas anomalías del sistema pero, además, ha ganado para sí una pátina de casi secreto clásico moderno. No importa que entonces recibiera grandes elogios de la crítica, disfrutara de una más que saludable recaudación y que su guión fuera nominado a un Oscar que, nada es perfecto, acabó llevándose Ghost. Lo que tal vez provocó su “desaparición” –algo parecido ocurrió con Barcelona (de 1994, que se consigue en completo DVD) y Los últimos días del disco (de 1998, DVD descontinuado y a más de 90 dólares en las subastas de Amazon.com), las otras dos piezas de una trilogía delicadamente autobiográfica donde no se cuenta la vida de Stillman pero sí se reproducen los “ambientes” de su vida– es la dificultad para situar a Stillman en ese momento en que el cine indie comenzaba a consagrarse. El problema entonces –la ventaja ahora– es que lo que hacía y siguió haciendo Stillman poco y nada tenía que ver con lo de Hartley, Jarmusch, los Coen, Soderbergh y un largo etcétera. (Hoy, los fans de Metropolitan van más lejos y acusan a Wes Anderson –The Criterion Collection también canonizó Rushmore y Los excéntricos Tenenbaum— de robarle a Stillman los laureles que eran de él y sólo de él.) Las primeras relaciones que se le buscaron fueron las más obvias: Stillman parecía descender de Woody Allen y Eric Rohmer y –si se trataba de sonar muy snob– del Bande à part de Jean-Luc Godard. Pero no. En realidad Stillman no bebía del celuloide sino que se alimentaba de papel y tinta: su adorada sin atenuantes Jane Austen (Metropolitan puede ser vista como una muy libre relectura de Mansfield Park), León Tolstoi, Samuel Johnson, el F. S. Fitzgerald de los relatos de Basil y Josephine, el J. P. Marquand de The Late George Apley y el J. D. Salinger de “Justo antes de la guerra con los esquimales”.
Así, Metropolitan narra varias noches y veladas durante las vacaciones de Navidad de un grupito de chicos acomodados de la neoyorquina Park Avenue al que se les arrima –fascinado, sin entender muy por qué o para qué– el más pobre Tom Townsend, del Upper West Side quien, en realidad, se muere por pertenecer a lo que sea aunque ello signifique tener que gastar el poco dinero que tiene en alquilar un smoking que nunca tuvo. Pocos escenarios, 100.000 dólares de presupuesto, personajes perfectamente delineados en sus gracias y miserias, más que citables líneas de diálogos (escalofriante la escena en que dos de estos jóvenes de familias vieux riche se encuentran con un colega mayor que ellos quien les anticipa el inevitable y exitoso fracaso que se les viene encima) y formidables teorías donde destacan el “No tienes que leer un libro para opinar sobre él. Yo nunca leí la Biblia” o la puesta en marcha y práctica de la sigla U.H.B. (o Urban Haute Bourgeoisie) que tanto atormenta a Charlie Black (Taylor Nichols, el otro actor fetiche de Stillman) y quien vive sufriendo por el inminente fin de su clase. De este modo, el Tema de Metropolitan y el Territorio de Stillman –como los de Barcelona y The Last Days of Disco– podría resumirse y bautizarse, muy austenianamente, como Vicios y Virtudes o lo que ocurre cuando las para Stillman sanas ideas conservadoras se ven amenazadas por las fugaces actitudes y modas de “los de afuera”. De ahí que los “buenos de la película” en Metropolitan sean este puñado de jovencitos frívolos, pero de inexperto corazón limpio (aunque el adicto a la ironía que es Nick Smith se sienta y crea tan duro y curtido) acechados por el corrupto advenimiento de la nobleza decadente y tan grosera de Rick Von Sloneker quien, horror de horrores, lleva su pelo largo recogido en una coleta. De ahí –como bien define Luc Sante en su ensayo para el cuadernillo de The Criterion Collection– que Metropolitan sea, “después de todo, una película sobre chicos que se ha mantenido admirablemente fresca. Se trata, como debe de ser todo producto de buena ascendencia, de algo con firmes raíces y fuertes ramas”.
¿DONDE ESTA WHIT?
Y la postergada aparición en DVD de Metropolitan –celebrada en todas partes– ha provocado una merecida y comprensible curiosidad por la desaparición de Stillman. “¿Dónde está?” y “¿Qué ha sido de él?”, son preguntas habituales en la prensa que se responden –a falta de datos precisos– recorriendo su amplia vida y su hasta ahora breve obra. Se sabe que nació en Nueva York en 1952 como John Whitney Stillman, que creció en Cornwall, que es el hijo de una empobrecida debutant de Filadelfia y de un político demócrata de Washington D. C. Se sabe también que se graduó en Harvard en 1973, que comenzó como periodista en Manhattan y fue responsable de una reputada y chismosa página de sociales (a la que todavía, de tanto en tanto, contribuye), que en realidad siempre quiso ser escritor, que en alguna ocasión afirmó que sus películas serían flashbacks desde el presente de sus héroes en sus libros (Stillman llegó a anunciar una novela de título Metropolitan que nunca salió a la venta y, en el 2000, publicó la “secuela” de su tercera película –un logrado artefacto metaficcional en el que años más tarde a uno de los personajes le encargan la “novelización” del film– con el título de The Last Days of Disco, With Cocktails at Petrossian Afterwards y editada en España, en el 2002, como Cócteles y caviar). Se conoce que se mudó a Barcelona y que trabajó como “agente de ventas” del director Fernando Trueba (y “haciendo de norteamericano” en varias películas españolas) y que volvió a N. Y. para abrir una agencia de ilustraciones y escribir, a lo largo de cuatro años, el guión de Metropolitan. Más tarde volvió a España para filmar la magnífica y “politizada” Barcelona –a la que definió como su Oficial y caballero pero con este título refiriéndose a dos hombres en lugar de a uno; otra vez con Taylor Nichols y Chris Eigeman y una Mira Sorvino en la piel de la definitiva catalana pija y reventadita– y regresó a la patria chica para recordar, opus tres, sus noches y días circa Studio 54 (allí conoció a su esposa, española de nacimiento) donde, entre raya y raya y entre trago y trago, se dicen cosas como “OK, la tortuga le ganó a la liebre una vez. Pero a quién se le puede ocurrir que la liebre volverá a dejarse ganar por una tortuga. El problema de las fábulas es que se limitan a un muy pequeño encuadre de tiempo y espacio y, sin embargo, la gente las asume como enseñanzas para todo el mundo y por toda la eternidad”.
Días atrás –lento pero veloz, comentando la resurrección doméstica de Metropolitan– fue el mismo Stillman quien, en un breve y conciso artículo para The Guardian, puso las cosas al día. Fracasados sus proyectos de films sobre la Revolución Cultural china y sobre la revolución norteamericana (por culpa de The Patriot, con Mel Gibson, a la que detesta sin piedad), Stillman se fue a vivir a París, dirigió un episodio de la serie Homicide, intentó escribir un guión para televisión sobre “la guerra de las radios” y otro sobre “las iglesias de Jamaica”. Y Variety acaba de anunciar que Stillman pronto dirigiría su primera película sin guión propio: una adaptación de la novela graciosa-política Little Green Man de Christopher Buckley firmada por otros. Lo que es un poco desilusionante. Pero, aunque Stillman no lo mencione, parece que su carta más fuerte y su as en la manga son otros. Y alguien de su entorno filtró la noticia en Internet: un guión original titulado Winchester Races combinando Sanditon y The Watsons, las dos novelas inconclusas de Jane Austen. Con lo que el círculo de Stillman –quien casi dirigió la adaptación que Emma Thompson hizo de Sensatez y sentimiento– se abrirá para cerrarse: otra vez chicos ricos con tristeza, antepasados de los de Metropolitan, agitados por los vientos de cambio pero, aun así, calentitos frente a las chimeneas de sus buenas y venerables fortunas de entonces y tarde o temprano, al amparo y bajo la protección, roguemos porque así sea, de The Criterion Collection.

Peliculas nuevas...

Un poco de todo...



El Miedo al Miedo de Fassbinder
Socrates y Descartes de Roberto Rossellini
El Ultimo Bolchevique de Chris Marker
Giu la Testa! o Agachate Maldito! de Sergio Leone
Metropolitan de Whit Stillman
The Tall T y Buchaman Rides Alone de Budd Boeticher (gracias Rodrigo!)
La Masacre del día de San Valentin de Roger Corman y Hu$tle de Bogdanovick (gracias Alejandro!)
Tren de Sombras de Guerin y El Fondo del Aire es Rojo de Chris Marker (Gracias Raúl!)
Dawn of The Dead de George A. Romero (gracias José!)

martes, 10 de julio de 2007

Musica para leer la nota sobre New Orleans

Big Chief... (Professor Longhair, Dr John y otros)

Cómo destruir una ciudad afroamericana en 33 pasos

Primer paso. Retrasar. Si hay una palabra que condensa la manera de destruir una ciudad afroamericana después de un desastre, ésta es retraso. Si dudan sobre alguno de los pasos siguientes, basta con que recuerden que mediante el retraso estarán haciendo probablemente lo correcto.
Segundo paso. Cuando llegue el desastre, no ordenen evacuación alguna. Confíen sólo en los recursos individuales. La gente con automóviles y dinero para hoteles ya se irá. Los ancianos, los minusválidos y los pobres, no se podrán ir. La mayoría de quienes no poseen automóvil ―el 25% de hogares de Nueva Orleáns están constituidos por afroamericanos―, no se podrá ir. Muchos acusarán constantemente a las víctimas que fueron abandonadas de crear su propio desastre humano a causa de sus propios problemas de planificación. Es esencial empezar teniendo gente que culpe a las propias víctimas por los problemas que las afligen.
Tercer paso. Cuando el desastre arrecie, asegúrense de que la respuesta nacional la haya supervisado alguien que carezca de toda experiencia en gestionar cualquier cosa a gran escala, desastres en particular. Piensen incluso en inyectar algo de humor en la respuesta: ¿por qué no poner como coordinador a algún ex-directivo de un club de danza ecuestre?
Cuarto paso. Asegúrense de que el presidente y los líderes nacionales permanezcan al margen y sólo superficialmente preocupados. Con eso se envía un mensaje importante al resto del país.
Quinto paso. Asegúrense de que los gobiernos local, estatal y nacional no respondan de forma coordinada y efectiva. Así se genera mayor caos en el lugar de los hechos.
Sexto paso. No traigan comida, ni agua, ni restablezcan inmediatamente las comunicaciones inmediatas. Con eso se conseguirá desesperar todavía más a la gente abandonada y obsequiar a los medios de comunicación con escenas increíbles.
Séptimo paso. Asegúrense de que el foco de atención mediática no sea el heroico trabajo comunitario de miles de mujeres, hombres y jóvenes ayudando a ancianos, enfermos y supervivientes atrapados, sino, principalmente, los actos de pillaje. Difundan y repitan también rumores de que los atrapados en tejados están disparando con pistolas, no para llamar la atención y obtener ayuda, sino contra los helicópteros de rescate. Con eso se reforzará el mensaje de que “esta gente” abandonada es diferente del resto de nosotros y no es pasible de ser ayudada.
Octavo paso. Rechacen la ayuda de otros países. Si la aceptamos, parece que no podamos o no queramos hacernos nosotros mismos cargo de este problema. Éste no puede ser el mensaje. El mensaje que queremos transmitir es que tenemos recursos en abundancia y que hay abundancia de ayuda. Así que, si hay gente que no está recibiendo ayuda, es culpa suya. Esto debe hacerse con discreción.
Noveno paso. Una vez que la evacuación de estos abandonados empiece realmente, asegúrense de que la gente no sabe a dónde va, ni tiene forma alguna de saber a dónde ha ido el resto de su familia. Y asegúrense, sobre todo, de que esos afroamericanos acaben mucho más lejos que el resto.
Décimo paso. Asegúrense de que cuando se haya distribuido finalmente la ayuda de la administración, se haga de manera totalmente arbitraria. La gente habrá perdido hogar, empleo, iglesia, escuela, vecinos y amigos. Denles algo de dinero, pero no demasiado. Hagan dependiente a la gente. Reduzcan después el dinero. Den a algunos, y no a otros. Rechacen atender a más de una persona por hogar. Eso creará conflictos en los hogares en que convivan dos o más generaciones. Impidan que la gente obtenga respuestas coherentes a sus preguntas. Largas colas y teléfonos ocupados les disuadirán de pedir ayuda.
Undécimo paso. Insistan al presidente para que suspenda las leyes federales que exigen salarios mínimos y acción afirmativa para los contratistas que trabajan en el desastre. Mientras los trabajadores locales estén aún desplazados, importen a trabajadores blancos de fuera de la ciudad para empleos de alta remuneración como operadores de grúa y de máquinas excavadoras. Importen a trabajadores latinos de fuera de la ciudad para los empleos peligrosos y de baja remuneración. Asegúrense de tener mandatarios electos, negros y blancos, culpen de los problemas laborales a los trabajadores inmigrantes de menor salario. Eso creará divisiones entre trabajadores negros y cobrizos, que podrán explotar los de arriba. Puesto que muchos de los trabajadores latinos carecen de documentación legal, los de arriba no deberán molestarse en pagar sueldos decentes, proporcionarles seguro de salud u observar las normas de seguridad, prestación por desempleo, indemnizaciones y sindicalización. Se convierten, en suma, en trabajadores desechables, de usar y tirar.
Duodécimo paso. Hagan lo que hagan, mantengan a la gente lejos de su ciudad durante tanto tiempo como sea posible. Ésta es la clave del éxito a largo plazo de la destrucción de la ciudad afroamericana. No permitan a la gente volver a su casa. Mantengan a la gente en la incertidumbre sobre lo que ocurrirá y cuando ocurrirá. Fijen fechas límite, e incúmplanlas después. Eso siempre desanima a la gente y les hace cada vez más difícil el regreso.
Decimotercer paso. Cuando finalmente se vena obligados a reabrir la ciudad, asegúrense de las zonas afroamericanas sean las últimas. Eso agravará las tensiones raciales en la ciudad y creará conflictos entre quienes que pueden volver a casa y quienes siguen a la espera.
Decimocuarto paso. Cuando distribuyan las grandes sumas de dinero, asegúrense de todas vayan a parar a los propietarios, no a los inquilinos. Eso es particularmente útil en ciudades como Nueva Orleáns, en que la mayoría de la población era afroamericana y vivía en régimen de alquiler. Después de haber excluido a los inquilinos, desbaraten el programa para los propietarios, de manera que deban esperar años para obtener el dinero con que arreglar sus casas.
Decimoquinto paso. Cierren todas las escuelas públicas durante meses. Con eso evitarán que las familias con hijos matriculados en el sistema público de enseñanza, mayoritariamente afroamericanas, vuelvan a casa.
Decimosexto paso. Despidan a todos los profesores e interinos de las escuelas públicas, a todos los trabajadores de cafetería y a todos los conductores de autobús, e ignoren a los sindicatos de profesores (los mayores del estado). Eso dañará ante todo a los afroamericanos de clase media, forzándoles a buscar empleo en cualquier otro lugar.
Decimoséptimo paso. Mejor, todavía: aprovechen la ocasión para convertir el sistema público de enseñanza en un sistema de escuelas charter y presionen a las fundaciones y al gobierno, a fin de que aporten financiación extraordinaria para las nuevas escuelas charter. Premien en primer lugar a las escuelas con mejores resultados. Premien después a las escuelas menos inundadas. Conviertan el 70% de escuelas en escuelas charter, a las que acudirán los niños con buenos resultados o aquellos cuyos padres tengan sólidas influencias. De esta manera se segrega a los niños con resultados medios, con disminuciones cognitivas o de familias monoparentales, separándoles de los niños “buenos”. Deberán crear unas pocas escuelas para esos otros niños, pero asegúrense de que no reciban dinero extra alguno, de que carecen de biblioteca, de puertas en los lavabos y de profesorado suficiente. Y precisamente por eso, es mejor que se aseguren de que tengan más guardias jurados que profesores.
Decimoctavo paso. Dejen que el mercado haga la mejor parte. Cuando los alquileres suban un 70%, digan que ahí no se puede hacer nada. Eso traerá consigo dos grandes resultados: mantendrá lejos de la ciudad a muchos antiguos residentes y hará felices a los propietarios. Si los salarios llegaran a subir, importen inmediatamente trabajadores foráneos, y los salarios volverán a la normalidad.
Decimonoveno paso. Asegúrense de que todos los barrios residenciales periféricos, predominantemente blancos, que rodean a la ciudad afroamericana dificulten a la gente desplazada de la ciudad volver al área metropolitana. Dispongan de un barrio residencial que rechace permitir nuevas viviendas subvencionadas. Dispongan de un sheriff que amenace con parar e investigar a cualquiera que luzca enmarañadas trencitas rasta. Échenle un poco de humor, y dispongan de un barrio residencial casi totalmente blanco con una ley que prohíba a los propietarios alquilar a gente que no sean los propios cosanguíneos. Los tribunales acabarán seguramente revocándola, pero les llevará tiempo, y el mensaje no podrá ser más claro: ni se les ocurra regresar e instalarse en los barrios residenciales.
Vigésimo paso. Reduzcan el transporte público en más del 80%. La gente sin auto entenderá el mensaje.
Vigesimoprimer paso. Reduzcan al mínimo las viviendas asequibles. En lugar de ello, utilicen el dinero para reabrir el Superdome y lanzar campañas turísticas. Rechacen descaradamente crear oportunidades generalizadas de propiedad para antiguos inquilinos. Retrasen la reabertura de complejos de apartamentos en barrios afroamericanos. Si menos de la mitad de los inquilinos puede volver a viviendas asequibles, no volverán.
Vigesimosegundo paso. Mantengan cerradas todas las viviendas públicas de interés social. Teniendo en cuenta que son afroamericanas 100%, es de todo punto evidente. Asegúrense de que sean afroamericanos quienes difundan el mensaje. Este paso también ayudará poniendo más presión sobre el mercado del alquiler, ya que 5000 familias más tendrán que competir por viviendas de alquiler con trabajadores de bajo salario. Eso proporcionará otra oportunidad para que fondos gubernamentales de cientos de millones sean canalizados a corporaciones cuando esos edificios sean demolidos y los promotores puedan construir otros menos seguros en su lugar. No olviden decir a las 5000 familias desalojadas de las viviendas públicas que no les dejan volver por su propio bien. Díganles que les están salvando de vivir en un barrio segregado. Eso enviará también una buena señal: si el gobierno se niega a permitir volver a la gente, las empresas privadas son libres de hacer lo mismo o cosas peores.
Vigesimotercer paso. Clausuren la sanidad pública tanto tiempo como sea posible. Enfermos, ancianos y madres con niños pequeños necesitan acceder a la asistencia sanitaria pública. Mantengan cerrado el hospital público, que antes del desastre recibía en torno a 350.000 visitas anuales. Pongan todo su empeño en facilitar la asistencia sanitaria privada y provocar tensiones raciales entre los asegurados y los no asegurados.
Vigesimocuarto paso. Cierren los centros públicos de salud mental tanto tiempo como sea posible. El trauma del desastre incrementará gravemente el estrés en todos. Déjenlos sin tratamiento; todos los expertos médicos coinciden en que eso incrementará drásticamente la violencia doméstica, la automedicación, el abuso de drogas y alcohol y, por supuesto, la delincuencia.
Vigesimoquinto paso. Mantengan el entorno urbano hostil a las mujeres. Las mujeres ya estaban profundamente discriminadas antes de la catástrofe. Asegúrense de que no se reabran los centros de atención de día. Eso, de consuno con la falta de atención sanitaria, de viviendas asequibles y de transporte, mantendrá alejadas a las madres con niños. Si pueden mantener alejadas a las madres con niños, la ciudad se destruirá por sí misma.
Vigesimosexto paso. Creen y mantengan un entorno en que abunden los negros y la delincuencia negra. Si pueden mantener a los padres fuera de la ciudad, las escuelas, hostiles a los niños sin padres y la asistencia sanitaria pública, cerrada, creen únicamente empleos de bajo salario, no pongan trabajadores sociales, nada de fiscales, nada de defensores públicos, de ni policías; persistan en el caos como norma, y seguro que jóvenes negros matarán a otros jóvenes negros. Para incrementar la visibilidad del problema de la delincuencia, traigan a la Guardia Nacional en traje de faena para patrullar las calles en sus hummer de camuflaje.
Vigesimoséptimo paso. Despojen de sus poderes a los cargos electos locales, mayoritariamente afroamericanos. Asegúrense de que el dinero que llega para arreglar la ciudad no esté bajo su control. Privaticen tanto y tan rápido como puedan: viviendas, asistencia sanitaria y enseñanza. En caso de duda, privaticen. Creen una comisión formada por gente carente de experiencia de gobierno para tomar todas las decisiones. De hecho, es mejor que creen varias comisiones de este tipo; así nadie podrá estar realmente seguro de quién está a cargo y habrá mucho más retraso y conflicto. Traten a la gente local como a estúpidos; ustedes saben qué es lo mejor para ellos mucho mejor que ellos mismos.
Vigesimooctavo paso. Creen múltiples procesos de planificación, pero sin darles autoridad. Solápenlos donde sea posible. Transmitan a la gente mensajes contradictorios sobre si se autorizará la reconstrucción de su barrio o se convertirá en zona verde. Eso creará confusión, conflicto e irritación. La gente echará la culpa a los mandatarios más próximos, los mandatarios locales afroamericanos, aun cuando éstos carezcan de autoridad para hacer cualquier cosa sobre esos planes, puesto que no controlan el dinero para la reconstrucción.
Vigesimonoveno paso. Celebren elecciones pero dificulten la participación de los votantes desplazados. No permitan, de hecho, ninguna votación en ningún lugar fuera del estado, aun cuando lo hagamos para los americanos residentes en otros países y aun cuando haya miles de personas aún desplazadas. Eso es muy importante, porque cuando hay gente que no puede votar, quienes logrado volver pueden decir “bueno, ni siquiera votaron, de manera que no estaban interesados en volver”.
Trigésimo paso. Quiten de en medio a los mandatarios electos y hagan sitio para los beneficios de las corporaciones. Las corporaciones nacionales e internacionales bien conectadas pueden obtener miles de millones en este proceso. Hay demasiado caos para que alguien sea capaz de comprender durante mucho tiempo a dónde fue el dinero exactamente. No hay ningún intento real de asegurar que las empresas locales, especialmente las afroamericanas, obtengan contratos ―en el mejor de los casos conseguirán modestas subcontrataciones de las corporaciones que hayan logrado las grandes sumas. Asegúrense de que las autoridades persigan a parejas jóvenes que hayan robado 2000 dólares; ello satisfará temporalmente a la gente que se sabe estafada y desviará la atención de los grandes estafadores. Ello proporcionará también otra oportunidad para culpar a las víctimas; a modo de crítica, pueden decir: “bueno, les hemos dado montones de dinero y lo deben haber despilfarrado; ¿qué más quieren de nosotros?”.
Paso trigésimoprimero. Mantengan la atención de la gente fuera de la ciudad afroamericana. Viertan el dinero en Irak en lugar de en la Costa del Golfo de México. Las corporaciones han comprendido cómo obtener grandes sumas, estemos ganando o perdiendo la guerra. Es más fácil convencer al país para apoyar la guerra, mientras que el apoyo a las ciudades es mucho, mucho, más duro. Cuando la guerra va mal, pueden centrar el mensaje en apoyar a las tropas. Todo el mundo quiere a las tropas. Nadie puede decir que todos queramos a los afroamericanos. Céntrense en terroristas, que parece que siempre funciona.
Paso trigesimosegundo. Rechacen hablar o considerar realmente la cuestión desde el punto de vista racial. Condenen a cualquiera que se atreva a cuestionar el racismo de lo que está pasando acusándole de “jugar la carta racial”, o digan que es un paranoico. Tilden a quienes cuestionen la exclusión de los afroamericanos de “limitarse a querer volver a los viejos malos tiempos”. Repitan el mensaje de que ustedes quieren lo mejor para todos.
Paso trigesimotercero. Repitan todos estos pasos.

AVISO AL DISCRETO LECTOR: Todos y cada uno de los hechos consignados en esta lista ocurrieron realmente, y siguen ocurriendo, en Nueva Orleáns, después del Katrina.

Bill Quigley es profesor de Derecho y director del laboratorio jurídico y del Gillis Long Poverty Law Center en la Loyola University New Orleans. Ha sido un activo abogado publicista desde 1977 y ha servido como abogado en una miríada de organizaciones de interés público en cuestiones como el Katrina, la justicia social, la vivienda pública, el derecho al voto, la pena de muerte, el salario mínimo, las libertades civiles, la reforma educativa, los derechos constitucionales y la desobediencia civil. Ha pleiteado en numerosos casos para el Fondo Educativo de Defensa Jurídica de la Asociación Nacional para el Avance de las Personas de Color, el Proyecto Avance y la Unión Americana por las Libertades Civiles de Luisiana, para la que sirvió como abogado general durante más de 15 años.
Traducción para http://www.sinpermiso.info/: Daniel Escribano

viernes, 6 de julio de 2007

Películas Nuevas 7







Alrededor de medianoche, de Bertrand Tavernier
La Soga, de Hitchcock
Obsesión, de De Palma
Saturno 3, de Stanley Donen (guión de Martin Amis)
y, finalmente, The Host

Un regalo

Sofía y su padre (están cambiados)


Películas Nuevas 6





Historia de un condenado, de Raoul Walsh
Pola X, de Leos Carax
Los amantes regulares, de Philippe Garrell
Arsenal, de Dovzhenko
La Luna, de Bertolucci
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