Cómo destruir una ciudad afroamericana en 33 pasos
Primer paso. Retrasar. Si hay una palabra que condensa la manera de destruir una ciudad afroamericana después de un desastre, ésta es retraso. Si dudan sobre alguno de los pasos siguientes, basta con que recuerden que mediante el retraso estarán haciendo probablemente lo correcto.
Segundo paso. Cuando llegue el desastre, no ordenen evacuación alguna. Confíen sólo en los recursos individuales. La gente con automóviles y dinero para hoteles ya se irá. Los ancianos, los minusválidos y los pobres, no se podrán ir. La mayoría de quienes no poseen automóvil ―el 25% de hogares de Nueva Orleáns están constituidos por afroamericanos―, no se podrá ir. Muchos acusarán constantemente a las víctimas que fueron abandonadas de crear su propio desastre humano a causa de sus propios problemas de planificación. Es esencial empezar teniendo gente que culpe a las propias víctimas por los problemas que las afligen.
Tercer paso. Cuando el desastre arrecie, asegúrense de que la respuesta nacional la haya supervisado alguien que carezca de toda experiencia en gestionar cualquier cosa a gran escala, desastres en particular. Piensen incluso en inyectar algo de humor en la respuesta: ¿por qué no poner como coordinador a algún ex-directivo de un club de danza ecuestre?
Cuarto paso. Asegúrense de que el presidente y los líderes nacionales permanezcan al margen y sólo superficialmente preocupados. Con eso se envía un mensaje importante al resto del país.
Quinto paso. Asegúrense de que los gobiernos local, estatal y nacional no respondan de forma coordinada y efectiva. Así se genera mayor caos en el lugar de los hechos.
Sexto paso. No traigan comida, ni agua, ni restablezcan inmediatamente las comunicaciones inmediatas. Con eso se conseguirá desesperar todavía más a la gente abandonada y obsequiar a los medios de comunicación con escenas increíbles.
Séptimo paso. Asegúrense de que el foco de atención mediática no sea el heroico trabajo comunitario de miles de mujeres, hombres y jóvenes ayudando a ancianos, enfermos y supervivientes atrapados, sino, principalmente, los actos de pillaje. Difundan y repitan también rumores de que los atrapados en tejados están disparando con pistolas, no para llamar la atención y obtener ayuda, sino contra los helicópteros de rescate. Con eso se reforzará el mensaje de que “esta gente” abandonada es diferente del resto de nosotros y no es pasible de ser ayudada.
Octavo paso. Rechacen la ayuda de otros países. Si la aceptamos, parece que no podamos o no queramos hacernos nosotros mismos cargo de este problema. Éste no puede ser el mensaje. El mensaje que queremos transmitir es que tenemos recursos en abundancia y que hay abundancia de ayuda. Así que, si hay gente que no está recibiendo ayuda, es culpa suya. Esto debe hacerse con discreción.
Noveno paso. Una vez que la evacuación de estos abandonados empiece realmente, asegúrense de que la gente no sabe a dónde va, ni tiene forma alguna de saber a dónde ha ido el resto de su familia. Y asegúrense, sobre todo, de que esos afroamericanos acaben mucho más lejos que el resto.
Décimo paso. Asegúrense de que cuando se haya distribuido finalmente la ayuda de la administración, se haga de manera totalmente arbitraria. La gente habrá perdido hogar, empleo, iglesia, escuela, vecinos y amigos. Denles algo de dinero, pero no demasiado. Hagan dependiente a la gente. Reduzcan después el dinero. Den a algunos, y no a otros. Rechacen atender a más de una persona por hogar. Eso creará conflictos en los hogares en que convivan dos o más generaciones. Impidan que la gente obtenga respuestas coherentes a sus preguntas. Largas colas y teléfonos ocupados les disuadirán de pedir ayuda.
Undécimo paso. Insistan al presidente para que suspenda las leyes federales que exigen salarios mínimos y acción afirmativa para los contratistas que trabajan en el desastre. Mientras los trabajadores locales estén aún desplazados, importen a trabajadores blancos de fuera de la ciudad para empleos de alta remuneración como operadores de grúa y de máquinas excavadoras. Importen a trabajadores latinos de fuera de la ciudad para los empleos peligrosos y de baja remuneración. Asegúrense de tener mandatarios electos, negros y blancos, culpen de los problemas laborales a los trabajadores inmigrantes de menor salario. Eso creará divisiones entre trabajadores negros y cobrizos, que podrán explotar los de arriba. Puesto que muchos de los trabajadores latinos carecen de documentación legal, los de arriba no deberán molestarse en pagar sueldos decentes, proporcionarles seguro de salud u observar las normas de seguridad, prestación por desempleo, indemnizaciones y sindicalización. Se convierten, en suma, en trabajadores desechables, de usar y tirar.
Duodécimo paso. Hagan lo que hagan, mantengan a la gente lejos de su ciudad durante tanto tiempo como sea posible. Ésta es la clave del éxito a largo plazo de la destrucción de la ciudad afroamericana. No permitan a la gente volver a su casa. Mantengan a la gente en la incertidumbre sobre lo que ocurrirá y cuando ocurrirá. Fijen fechas límite, e incúmplanlas después. Eso siempre desanima a la gente y les hace cada vez más difícil el regreso.
Decimotercer paso. Cuando finalmente se vena obligados a reabrir la ciudad, asegúrense de las zonas afroamericanas sean las últimas. Eso agravará las tensiones raciales en la ciudad y creará conflictos entre quienes que pueden volver a casa y quienes siguen a la espera.
Decimocuarto paso. Cuando distribuyan las grandes sumas de dinero, asegúrense de todas vayan a parar a los propietarios, no a los inquilinos. Eso es particularmente útil en ciudades como Nueva Orleáns, en que la mayoría de la población era afroamericana y vivía en régimen de alquiler. Después de haber excluido a los inquilinos, desbaraten el programa para los propietarios, de manera que deban esperar años para obtener el dinero con que arreglar sus casas.
Decimoquinto paso. Cierren todas las escuelas públicas durante meses. Con eso evitarán que las familias con hijos matriculados en el sistema público de enseñanza, mayoritariamente afroamericanas, vuelvan a casa.
Decimosexto paso. Despidan a todos los profesores e interinos de las escuelas públicas, a todos los trabajadores de cafetería y a todos los conductores de autobús, e ignoren a los sindicatos de profesores (los mayores del estado). Eso dañará ante todo a los afroamericanos de clase media, forzándoles a buscar empleo en cualquier otro lugar.
Decimoséptimo paso. Mejor, todavía: aprovechen la ocasión para convertir el sistema público de enseñanza en un sistema de escuelas charter y presionen a las fundaciones y al gobierno, a fin de que aporten financiación extraordinaria para las nuevas escuelas charter. Premien en primer lugar a las escuelas con mejores resultados. Premien después a las escuelas menos inundadas. Conviertan el 70% de escuelas en escuelas charter, a las que acudirán los niños con buenos resultados o aquellos cuyos padres tengan sólidas influencias. De esta manera se segrega a los niños con resultados medios, con disminuciones cognitivas o de familias monoparentales, separándoles de los niños “buenos”. Deberán crear unas pocas escuelas para esos otros niños, pero asegúrense de que no reciban dinero extra alguno, de que carecen de biblioteca, de puertas en los lavabos y de profesorado suficiente. Y precisamente por eso, es mejor que se aseguren de que tengan más guardias jurados que profesores.
Decimoctavo paso. Dejen que el mercado haga la mejor parte. Cuando los alquileres suban un 70%, digan que ahí no se puede hacer nada. Eso traerá consigo dos grandes resultados: mantendrá lejos de la ciudad a muchos antiguos residentes y hará felices a los propietarios. Si los salarios llegaran a subir, importen inmediatamente trabajadores foráneos, y los salarios volverán a la normalidad.
Decimonoveno paso. Asegúrense de que todos los barrios residenciales periféricos, predominantemente blancos, que rodean a la ciudad afroamericana dificulten a la gente desplazada de la ciudad volver al área metropolitana. Dispongan de un barrio residencial que rechace permitir nuevas viviendas subvencionadas. Dispongan de un sheriff que amenace con parar e investigar a cualquiera que luzca enmarañadas trencitas rasta. Échenle un poco de humor, y dispongan de un barrio residencial casi totalmente blanco con una ley que prohíba a los propietarios alquilar a gente que no sean los propios cosanguíneos. Los tribunales acabarán seguramente revocándola, pero les llevará tiempo, y el mensaje no podrá ser más claro: ni se les ocurra regresar e instalarse en los barrios residenciales.
Vigésimo paso. Reduzcan el transporte público en más del 80%. La gente sin auto entenderá el mensaje.
Vigesimoprimer paso. Reduzcan al mínimo las viviendas asequibles. En lugar de ello, utilicen el dinero para reabrir el Superdome y lanzar campañas turísticas. Rechacen descaradamente crear oportunidades generalizadas de propiedad para antiguos inquilinos. Retrasen la reabertura de complejos de apartamentos en barrios afroamericanos. Si menos de la mitad de los inquilinos puede volver a viviendas asequibles, no volverán.
Vigesimosegundo paso. Mantengan cerradas todas las viviendas públicas de interés social. Teniendo en cuenta que son afroamericanas 100%, es de todo punto evidente. Asegúrense de que sean afroamericanos quienes difundan el mensaje. Este paso también ayudará poniendo más presión sobre el mercado del alquiler, ya que 5000 familias más tendrán que competir por viviendas de alquiler con trabajadores de bajo salario. Eso proporcionará otra oportunidad para que fondos gubernamentales de cientos de millones sean canalizados a corporaciones cuando esos edificios sean demolidos y los promotores puedan construir otros menos seguros en su lugar. No olviden decir a las 5000 familias desalojadas de las viviendas públicas que no les dejan volver por su propio bien. Díganles que les están salvando de vivir en un barrio segregado. Eso enviará también una buena señal: si el gobierno se niega a permitir volver a la gente, las empresas privadas son libres de hacer lo mismo o cosas peores.
Vigesimotercer paso. Clausuren la sanidad pública tanto tiempo como sea posible. Enfermos, ancianos y madres con niños pequeños necesitan acceder a la asistencia sanitaria pública. Mantengan cerrado el hospital público, que antes del desastre recibía en torno a 350.000 visitas anuales. Pongan todo su empeño en facilitar la asistencia sanitaria privada y provocar tensiones raciales entre los asegurados y los no asegurados.
Vigesimocuarto paso. Cierren los centros públicos de salud mental tanto tiempo como sea posible. El trauma del desastre incrementará gravemente el estrés en todos. Déjenlos sin tratamiento; todos los expertos médicos coinciden en que eso incrementará drásticamente la violencia doméstica, la automedicación, el abuso de drogas y alcohol y, por supuesto, la delincuencia.
Vigesimoquinto paso. Mantengan el entorno urbano hostil a las mujeres. Las mujeres ya estaban profundamente discriminadas antes de la catástrofe. Asegúrense de que no se reabran los centros de atención de día. Eso, de consuno con la falta de atención sanitaria, de viviendas asequibles y de transporte, mantendrá alejadas a las madres con niños. Si pueden mantener alejadas a las madres con niños, la ciudad se destruirá por sí misma.
Vigesimosexto paso. Creen y mantengan un entorno en que abunden los negros y la delincuencia negra. Si pueden mantener a los padres fuera de la ciudad, las escuelas, hostiles a los niños sin padres y la asistencia sanitaria pública, cerrada, creen únicamente empleos de bajo salario, no pongan trabajadores sociales, nada de fiscales, nada de defensores públicos, de ni policías; persistan en el caos como norma, y seguro que jóvenes negros matarán a otros jóvenes negros. Para incrementar la visibilidad del problema de la delincuencia, traigan a la Guardia Nacional en traje de faena para patrullar las calles en sus hummer de camuflaje.
Vigesimoséptimo paso. Despojen de sus poderes a los cargos electos locales, mayoritariamente afroamericanos. Asegúrense de que el dinero que llega para arreglar la ciudad no esté bajo su control. Privaticen tanto y tan rápido como puedan: viviendas, asistencia sanitaria y enseñanza. En caso de duda, privaticen. Creen una comisión formada por gente carente de experiencia de gobierno para tomar todas las decisiones. De hecho, es mejor que creen varias comisiones de este tipo; así nadie podrá estar realmente seguro de quién está a cargo y habrá mucho más retraso y conflicto. Traten a la gente local como a estúpidos; ustedes saben qué es lo mejor para ellos mucho mejor que ellos mismos.
Vigesimooctavo paso. Creen múltiples procesos de planificación, pero sin darles autoridad. Solápenlos donde sea posible. Transmitan a la gente mensajes contradictorios sobre si se autorizará la reconstrucción de su barrio o se convertirá en zona verde. Eso creará confusión, conflicto e irritación. La gente echará la culpa a los mandatarios más próximos, los mandatarios locales afroamericanos, aun cuando éstos carezcan de autoridad para hacer cualquier cosa sobre esos planes, puesto que no controlan el dinero para la reconstrucción.
Vigesimonoveno paso. Celebren elecciones pero dificulten la participación de los votantes desplazados. No permitan, de hecho, ninguna votación en ningún lugar fuera del estado, aun cuando lo hagamos para los americanos residentes en otros países y aun cuando haya miles de personas aún desplazadas. Eso es muy importante, porque cuando hay gente que no puede votar, quienes logrado volver pueden decir “bueno, ni siquiera votaron, de manera que no estaban interesados en volver”.
Trigésimo paso. Quiten de en medio a los mandatarios electos y hagan sitio para los beneficios de las corporaciones. Las corporaciones nacionales e internacionales bien conectadas pueden obtener miles de millones en este proceso. Hay demasiado caos para que alguien sea capaz de comprender durante mucho tiempo a dónde fue el dinero exactamente. No hay ningún intento real de asegurar que las empresas locales, especialmente las afroamericanas, obtengan contratos ―en el mejor de los casos conseguirán modestas subcontrataciones de las corporaciones que hayan logrado las grandes sumas. Asegúrense de que las autoridades persigan a parejas jóvenes que hayan robado 2000 dólares; ello satisfará temporalmente a la gente que se sabe estafada y desviará la atención de los grandes estafadores. Ello proporcionará también otra oportunidad para culpar a las víctimas; a modo de crítica, pueden decir: “bueno, les hemos dado montones de dinero y lo deben haber despilfarrado; ¿qué más quieren de nosotros?”.
Paso trigésimoprimero. Mantengan la atención de la gente fuera de la ciudad afroamericana. Viertan el dinero en Irak en lugar de en la Costa del Golfo de México. Las corporaciones han comprendido cómo obtener grandes sumas, estemos ganando o perdiendo la guerra. Es más fácil convencer al país para apoyar la guerra, mientras que el apoyo a las ciudades es mucho, mucho, más duro. Cuando la guerra va mal, pueden centrar el mensaje en apoyar a las tropas. Todo el mundo quiere a las tropas. Nadie puede decir que todos queramos a los afroamericanos. Céntrense en terroristas, que parece que siempre funciona.
Paso trigesimosegundo. Rechacen hablar o considerar realmente la cuestión desde el punto de vista racial. Condenen a cualquiera que se atreva a cuestionar el racismo de lo que está pasando acusándole de “jugar la carta racial”, o digan que es un paranoico. Tilden a quienes cuestionen la exclusión de los afroamericanos de “limitarse a querer volver a los viejos malos tiempos”. Repitan el mensaje de que ustedes quieren lo mejor para todos.
Paso trigesimotercero. Repitan todos estos pasos.
AVISO AL DISCRETO LECTOR: Todos y cada uno de los hechos consignados en esta lista ocurrieron realmente, y siguen ocurriendo, en Nueva Orleáns, después del Katrina.
Bill Quigley es profesor de Derecho y director del laboratorio jurídico y del Gillis Long Poverty Law Center en la Loyola University New Orleans. Ha sido un activo abogado publicista desde 1977 y ha servido como abogado en una miríada de organizaciones de interés público en cuestiones como el Katrina, la justicia social, la vivienda pública, el derecho al voto, la pena de muerte, el salario mínimo, las libertades civiles, la reforma educativa, los derechos constitucionales y la desobediencia civil. Ha pleiteado en numerosos casos para el Fondo Educativo de Defensa Jurídica de la Asociación Nacional para el Avance de las Personas de Color, el Proyecto Avance y la Unión Americana por las Libertades Civiles de Luisiana, para la que sirvió como abogado general durante más de 15 años.
Traducción para http://www.sinpermiso.info/: Daniel Escribano
martes, 10 de julio de 2007
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