martes, 12 de junio de 2007

Dos Caminos (Estradas)



Un Estrada constructor...

Por Sergio Kiernan. (Página 12, suplemento M2)



Hubo una época en que la Argentina creaba identidad no con “loguitos” sino con edificios. Lo hacían las empresas, como la Italo con sus usinas y edificios de ladrillos rojos y estilos renacentistas, y lo hacían entes oficiales como el Banco Nación, difusor de gran arquitectura en los rincones más perdidos del país. Hace mucho que el Estado compra cualquier monería en materia de arquitectura pública, pero en los años ’30, supuestamente infames, hubo políticas que le dieron un lugar principal a la identidad tridimensional, de cemento y ladrillo. No es casual que se crearan Vialidad Nacional y al mismo tiempo se difundiera, por alianza entre el ACA e YPF, un estilo de estación de servicio inconfundiblemente argentino. Y no es casual que se le diera una cara de poderosa originalidad a la Patagonia argentina, empezando por Bariloche y su zona de influencia. Fue un proyecto coherente, centrado en la flamante Parques Nacionales, que resultó un éxito y todavía hoy impresiona por su coherencia y su belleza.
Ernesto de Estrada fue uno de los protagonistas de esa aventura, pero quedó medio que escondido por la figura de Alejandro Bustillo. De Estrada nació en 1909, se recibió de arquitecto en 1932 y partió a Francia a estudiar esa carrera tan nuevita, urbanismo. En 1935 recibe su diploma parisino y ya tenía dos años de trabajo en el estudio de Alfredo Agache, el creador de Ankara, la nueva capital turca, que justo cuando llega el argentino está siendo replanificada porque había pasado de un pueblito de 20 mil habitantes a una ciudad desbordada por completo. De Estrada pasa a trabajar unos meses con el ingeniero Hermann Jansen en Berlín, con lo que ve con ojos profesionales los vastos planes urbanísticos de Hitler y el nacimiento de las autobahn, la primera red de autopistas de Europa y una novedad conceptual fortísima. Con ingenio, el argentino treintañero recorre medio continente haciendo trabajos de relevamiento para municipalidades de varios países.
De vuelta en Buenos Aires se dedica a la docencia –ayudante de cátedra y luego profesor de teoría– y a sus primeras obras. Pero en 1936 consigue un empleo que le cambiaría la vida: Exequiel Bustillo lo contrata como jefe de Arquitectura de la Dirección de Parques Nacionales y De Estrada viaja por primera vez a la lejanísima Patagonia, hasta llegar a esa aldea dormida llamada Bariloche.
El sur, por aquel entonces, era argentino, pero un vacío de territorios nacionales que arrancaban donde terminaba Buenos Aires. Bahía Blanca parecía la última luz, la línea donde empezaba la Siberia nuestra, un lugar donde no cabía en la cabeza irse de vacaciones. Parques Nacionales pretendía cambiar esto, creando un polo de desarrollo y de turismo centrado en Bariloche, con “villas” planificadas en lugares como La Angostura, elegidos por su poder seductor con vistas increíbles. De Estrada era el urbanista que se necesitaba para semejante empresa.
El libro que le dedica a este profesional el Centro de Documentación de Arte y Arquitectura de Latinoamericana que dirigen Ramón Gutiérrez y Graciela Viñuales forma parte de la tarea continua de crear bibliografía y conocimiento. Como siempre, la obra es un conjunto de artículos sobre aspectos de la formación del sujeto, de los debates y corrientes en arquitectura de la época, y de sus obras, con fotografías y dibujos rescatados de archivos y publicaciones. En este caso, además, se suma una verdadera valorización del urbanismo como disciplina y como herramienta de poblamiento y ocupación territorial.
De Estrada estuvo en Parques Nacionales cinco años, pasó a diseñar y supervisar la construcción de Hoteles y Hosterías para Obras Públicas, y luego creó villas, hoteles, barrios y casas particulares en una carrera larguísima, que seguía cuando murió a los 89 años e incluye hitos como el Hotel Tunquelén y la Villa Cumelén. Es fascinante seguir el desarrollo de objetos como las veredas y escaleras que pueblan Bariloche, pensadas como lugares de observación de vistas y como lugares urbanos. Y también el concepto que ciñe el Centro Cívico de Bariloche. Esto, a dos niveles. Por un lado, que De Estrada haya escogido formar un conjunto de edificios públicos basado explícitamente en plazas de Suiza, en lugar de simplemente hacer algunos edificios públicos contiguos. Y por el otro, la polémica del crédito de a quién pertenece la obra, si a De Estrada o a Alejandro Bustillo.
La confusión proviene en parte por el curioso lugar del gran arquitecto en los Parques Nacionales de la época. Hermano de Exequiel, Alejandro era un asesor con autoridad en lo que era una empresa colectiva, pública (su única obra puramente individual, ganada por concurso, es el hotel Llao Llao). Ya ancianos ambos, en 1980 y 1981, De Estrada y Bustillo sostuvieron una polémica primero pública y luego privada sobre la autoría del Centro Cívico, en la que el primero se maneja con argumentos y respeto, y el segundo con demasiada altivez. Este libro convence de que fue De Estrada el autor real de la obra, que lleva además su firma en piedra.
Como sea, un libro sobre un tapado. Ernesto de Estrada, el arquitecto frente al paisaje es una obra que toca un tema fascinante, el de un intento argentino de crear una ciudad modelo caracterizada por la belleza y la interacción con paisajes notables, usando los materiales de la región. Esta utopía, demuestran las fotos que rescata el Cedodal, fue bastante lograda. Luego todo se llenó de departamentos.

Y un Estrada que insiste en demoler

El inefable Santiago de Estrada, presidente en ejercicio de la Legislatura porteña y legislador –saliente– del PRO, insiste en lo que parece ser su proyecto más amado, lograr que se demuela la vieja casona de la calle Membrillar. De Estrada demuestra así que ni siquiera la campaña por la segunda vuelta de su jefe político, Mauricio Macri, le importa tanto como los deseos de su verdadero lugar de pertenencia, la iglesia. Es que la casa de la primera cuadra de Membrillar, protegida como parte del APH 15 de Flores, fue demolida a escondidas por la parroquia de Flores, su dueña por legado. La parroquia quiere despejar el terreno de esa reliquia tan molesta, que lo desvaloriza. Y De Estrada no tiene problema: propuso una insólita “descatalogación” del edificio, retroactiva, para darles el gusto a sus reales líderes. El proyecto fue firmado además por Miguel “Pancho” Talento, que milita en el kirchnerismo, pero cuya señora madre es miembro de la parroquia demoledora. El 21 de diciembre, después de vaya a saber qué intercambio de figuritas, el proyecto pasó por la mayoría mínima de 31 votos. Y el 25 de enero, en un gesto que lo honra, el jefe de Gobierno Jorge Telerman vetó la ley. Telerman entendió que dejar que se demuela la casa de Membrillar significaba vaciar por completo el sistema de protección del patrimonio porteño, porque a partir de ese evento bastaba demoler –hecho consumado– y luego buscarse un amigo influyente –como De Estrada– que consiguiera una excepción.
Pues la historia no terminó: De Estrada deja su mandato en octubre, rumbo tal vez a cargos más exaltados, y quiere terminar su período de legislador –dador de leyes– rompiendo una. Parece que este jueves vuelve a la carga para revertir el veto de un jefe de Gobierno también de salida, darle el gusto a la iglesia y dejarnos con el sistema legal de protección al patrimonio quebrado. Y todo en el momento más álgido de la campaña electoral porteña.
La casa de Membrillar tiene una larga historia y es de las muy pocas construcciones del siglo diecinueve que quedan en lo que fue una ciudad, pasó a hermoso barrio bien construido, pero terminó casi completamente demolido y sobresaturado. En 2003, la casa fue demolida un sábado a la noche, como dicen justamente en Flores, de araca, y no desapareció porque los vecinos saltaron, denunciaron, protestaron, hasta llamaron al defensor del Pueblo. Se abrió una causa legal, que languidece mientras pasan los años, y entonces comenzaron las operaciones políticas.
Las razones que exhibe la parroquia, abundante y emotivamente enumeradas en una tensa audiencia pública en la Legislatura, para explicar por qué necesita el dinero, son inobjetables. Flores es un barrio con muchas necesidades sociales y su parroquia hace un trabajo más que activo en esta área. Pero ni siquiera esto exime a la iglesia de cumplir una ley tan clara y tan básica, cosa que sus defensores saben y que defienden, débilmente, con argumentos formales –que el correo, que la firma, que la comunicación– y airadamente acusando a los preservacionistas de ser anticatólicos. Membrillar es un bien protegido de manera clara y simple. No se puede demoler y si se demuele la pena es un FOT muy bajo, o sea un permiso para construir menos de lo que había en el lugar. Con lo que el terreno pasa a valer nada.
De Estrada, jefe de los legisladores, sabe esto, pero su actitud ya muestra rasgos de una rigidez difícil de entender. Hasta se le propuso, desde la Comisión de Patrimonio de su propia Legislatura, que se permita construir un edificio pero preservando la fachada original como parte de la nueva, recurso usado con éxito en varios edificios porteños. De Estrada se niega siquiera a considerar la opción.
Tal vez sea lo que se llama una actitud proactiva, o ganas de quedar muy bien con alguien. O tal vez sea simplemente una indiferencia completa hacia el tema patrimonial, a la historia. En ese caso habría que señalarle qué impresión crea que una figura prominente en un partido que aspira a conducir la ciudad dedique tanta energía a lograr excepciones para sus amigos.

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