Por Mario Wainfeld · · · · ·
11/06/07
Tomado de la revista electrónica sinpermiso (www.sinpermiso.info)
Mauricio Macri enfrenta la elección del 24 de junio como quien encara un viaje en avión. Sus posibilidades de tener un accidente son escasas, pero el riesgo eventual es altísimo. Si Daniel Filmus concretara la proeza de revertir la diferencia, a su rival se le escurriría entre los dedos un porvenir venturoso. El líder de la derecha tiene una receta para precaver la catástrofe, que es repetir el libreto que le redituó tanto hasta ahora. No confrontar, no explicar el alcance (y los costos) de “sus promesas”, mostrarse ajeno a las luchas políticas en general, a la nacional muy especialmente. Desde que se cerró el comicio hasta ahora se viene desempeñando con enorme cuidado y profesionalidad. Frente a eso, sus contrarios combinan dos tácticas básicas. La primera es persistir en el discurso antinoventista y denuncista, la encarna el Presidente. La segunda es adentrarse más en la temática local y hacer valer un candidato más afiatado que Macri. El ministro de Educación trata de recorrer ese espinel, que se aviene a sus cualidades personales. Para ambos cometidos a los kirchneristas les sería útil que Macri se saliera de su discurso autocentrado, nada dialoguista aunque se propone lo contrario. Que se aviniera a discutir en serio sobre la ciudad o sobre su currículum. No es sencillo lograrlo.
La noche del domingo el favorito, mejorando lo similar que hiciera en 2005, se mostró sereno y magnánimo en la victoria. La escena de “Mauricio y Gabriela” bailando al son de temas de rock nacional es un portento publicitario, que combina evidentes tópicos democráticos, incluidas la tolerancia de género y la no discriminación. Más allá de si fue un simulacro poco compatible con el pensamiento del candidato principal (el autor de esta nota lo sospecha), lo significativo es el mensaje que se quiso transmitir, nada asimilable a su ubicación en el espectro ideológico. Menos estimulante, más sectario (peronista hasta el tuétano en su aglomeración y en su verba) fue el palco de Filmus-Heller, escasamente convocante para el 30 por ciento de votantes disponibles, que deberían ser el núcleo de las tácticas de estos veintiún días.
El lunes, desde temprano, Filmus recuperó su compostura y su modo de obrar. Es una de sus mejores cartas. La otra es, no más, el apoyo del gobierno nacional, corporizado como nunca en Néstor Kirchner. El primer reflejo del ministro, en sus apariciones radiales, fue perseverar en encarrilar la discusión al terreno de la acción futura de gobierno. A la tarde, Kirchner definió su propio rol, a su manera: impuso uno de los latiguillos de campaña (“Mauricio es Macri”) y dio sobradas pruebas de que se juega por su paladín. Fue, previsiblemente, alabado por los suyos al tiempo que cuestionado por los adversarios y por buena parte del espectro mediático. Si se mira con menos alineamiento previo su emergencia, cabe reconocerle una racionalidad básica. El escenario exigía una definición inequívoca del Presidente. Un segundo puesto agridulce, de cara a una cuesta muy ardua de remontar, detona conductas de toda especie en la tropa. Se hace forzoso salir al cruce de las especulaciones acerca de que se jugará a media máquina, regenerar la mística. El atril del lunes transmitió una consigna clara, el Presidente exige que nadie baje los brazos o se haga el distraído.
El lenguaje y los argumentos de su interpelación (retos retrospectivos incluidos) a los porteños son mucho más opinables. El Presidente y muchos adláteres no computan que los desempeños políticos del Frente para la Victoria (FPV) en Capital han sido poco eficaces, que no ha conseguido calar. Sus sucesivas tácticas o cuadros de situación no han dado, por lo general, en la tecla. Hagamos un mínimo repaso cronológico. El FPV no “instaló” ningún candidato, equipo o discurso entre 2005 y 2007. Se especuló que Macri no sería candidato en Capital. Se desestimó el esquema de real politik que prevalece en la inmensa mayoría de las provincias, que es plasmar algún tipo de acuerdo con el gobernante. Se privilegió la contienda feroz con Jorge Telerman sin valorar cuánto podía crecer Macri en ese contexto.
Sus logros son básicamente dos. Haber llegado al ballottage, dejando atrás a Telerman y desbancando a Elisa Carrió, dos socios transitorios que hicieron sendos pésimos negocios. Y haber elegido, seguramente tarde, al mejor candidato de que disponían.
Ahora precisan cambiar los ejes de la campaña, induciendo a Macri a mostrar lo que es, lo que sabe, los alcances de sus proyectos personal y político. Ya se dijo, Macri gambetea exponerse con la destreza obstinada de Riquelme pero algo debió sincerar en una contienda centrada en él. Los próximos párrafos hablan de lo que va confesando el hombre que bailó tan bien el domingo.
Tufillo de reforma
Con los guarismos a la vista, se generó una operación para declarar innecesaria la segunda vuelta, empujando a Filmus a declinar su candidatura. Macri no lo dijo mucho, Michetti un poco, otros partidarios (confesos o culposos) de Macri fueron más explícitos.
La postura contradice la Constitución y propone al ministro de Educación algo para lo que seguramente no tiene facultades: quitar el derecho de voto en segunda vuelta a todos los ciudadanos, muy especialmente al 30 por ciento que no optó por él ni por Macri. La moción, que sugiere a Filmus reprisar lo que hizo Carlos Menem, también olvida que Macri accedió a la primera minoría en base (y en parte merced) a las reglas del juego. Si hubieran existido otras, los demás partidos y los propios votantes podrían haberse conducido de otra manera. El sistema de doble vuelta propicia la pluralidad de partidos, estimula postergar el voto útil al turno definitivo.
La movida fue desechada por el Gobierno que, como Macri, está forzado a cumplir la ley y hacerse cargo si el resultado final le es infausto. Pero la finalidad de la campaña de opinión va más allá del domingo 24. Según chequeó este diario entre allegados a Macri, existe la intención de usar el argumento como fundamento de una futura reforma constitucional. El régimen de mayorías electorales sería uno de los puntos a modificar. Otros dos, acaso, importan más. Fueron mencionados por el presidente de Boca años atrás, ahora no los menea. El primero es el régimen de comunas. “Mauricio no piensa suprimirlo”, matiza un dirigente peronista de Capital, de su palo. “Pero en sí reducir sus incumbencias, el número de sus miembros y los gastos, que son enormes.” El costo de la política, un clásico argumento antipolítico, quizá vaya en pos de desalentar un mecanismo de participación muy deseable, cajoneado por todos los gobiernos de la Capital hasta ahora.
El otro punto en debate, confidencia el interlocutor de Página/12, serían los organismos de control.
La movida antisegunda vuelta tuvo como voceros a Santiago de Estrada y a un portavoz de la Iglesia (ostensiblemente Guillermo Marcó), quien propaló la posición de la jerarquía a través de un cronista de gráfica.
Eso amerita un párrafo especial.
Párrafo especial
Cierto es que Jorge Bergoglio propició y luego bendijo la coalición Carrió-Telerman. Concelebró, ecuménicamente, el rabino Sergio Bergman. Bergman, demostrando una celeridad transversal encomiable, estuvo en los festejos de Macri. Redondeó su performance proponiendo la supresión de la obligatoriedad del voto en un reportaje concedido a La Nación.
Bergoglio acostumbra a ser menos hiperquinético y mediático que su aliado, consiguientemente no se expuso ni se dejó ver. Pero a la cúpula de la Iglesia un gobierno de Macri debe parecerle, ejem, un regalo del cielo.
“Bergoglio no tiene gran opinión sobre Macri, no le cae bien”, calcula un funcionario del Gobierno, recorredor de los laberintos vaticanos. Es posible que esa empatía no exista, sí la hay con Michetti, católica militante desde su primera juventud. Con ella hay trato recurrente desde hace años. Algún telefonema los conectó en estos días de gloria.
Claro que el gran nexo político entre el macrismo y la Iglesia es De Estrada, cuya consonancia con los voceros clericales (mencionada en el párrafo anterior) es sugestiva. De Estrada fue, además, quien articuló con Telerman un aumento sideral en la asignación presupuestaria 2007 para la educación privada. Ese punto es central para la praxis de la Iglesia Católica. Hasta el papa Juan Pablo II (Carlos Custer, embajador en el Vaticano, puede dar fe) se interesó personalmente por aumentos de salarios a los docentes privados.
Fiel a la sagaz práctica de no poner todos los huevos en una sola canasta, los sectores afines a Bergoglio que “jugaron” con Telerman incluyeron un representante entre los nuevos diputados porteños de PRO: Victoria Morales Gorleri, quien registra antecedentes laborales en la Vicaría educativa del Arzobispado porteño. Morales llegó a la lista a pedido de Estrada. Es “colaboradora directa del sacerdote Carlos Accaputo” dicen hombres de la Iglesia bien informados. Y agregan, para el cronista profano: “El gordo Accaputo integra la pastoral social porteña y es la mano derecha de Bergoglio”. Si el carácter transitivo rige en política, la mano derecha de la mano derecha algo quiere decir.
Ahora no discuto más
Muy ayudado por reporteros complacientes (y subsidiado involuntariamente por los malos modales de tantos kirchneristas), Macri consiguió embellecerse como un portador de valores democráticos: la tolerancia, las ansias de polemizar. Acomodado en la pole position se hacen más patentes algunos renuncios propios de los que mandan. El ganador seleccionó los medios y los periodistas a los que concedió reportajes, tal como hace su aliado Juan Carlos Blumberg, que ya se coloca en preembarque para ligas mayores.
Además, aunque eso no es PRO, Macri comenzó a enmarañar el debate televisivo en el programa A Dos Voces. Sus representantes quieren cambiar las reglas del primer encuentro, que Macri celebró como un modelo democrático, días antes del escrutinio. El formato propuesto es sin diálogo ni intercambios. También insiste en sumar a los candidatos a vicejefe. Los mandatarios macristas también dejaron plantadas a sus contrapartes.
La intención del comando de Filmus, verbalizada ayer por el candidato, es facilitar el debate, aun accediendo a sus modificaciones.
El cuadro es clásico en las elecciones argentinas, el que va ganando hurta el cuerpo. Lo curioso es que la Capital venía sustrayéndose a esa costumbre poco democrática. Y que Macri venía autodefiniéndose como un dirigente de nuevo cuño, exento de las mañas tradicionales.
La complacencia mediática dominante no cederá, pero seguramente se le facturará a Macri si rehúsa el debate. Es verosímil que su táctica apunte a llevarlo al miércoles 20, cuando se supone que las preferencias estén definidas.
Cerrar trato
Para el kirchnerismo (aunque nadie lo extrovierta), hoy y aquí, no sería un mal resultado acortar la diferencia a menos de 20 puntos y trepar hasta cuarenta. Macri “firmaría” ese resultado con los ojos cerrados. Pero la puja democrática tiene algo de impredecible e inmanejable. El final sigue abierto, las posibilidades respectivas siguen siendo muy desiguales. Todavía faltan dos semanas, la primera no convulsionó la tendencia.
Mario Wainfeld es un reconocido analista político que colabora regularmente con el diario argentino Página 12
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