lunes, 2 de julio de 2007

Macri, las elecciones y la basura

Por Carlos Abel Suárez · · · · ·


Neoliberales y conservadores dieron un paso importante en su tarea restauradora con el triunfo de Mauricio Macri en las elecciones del pasado domingo para designar al jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
En realidad, el 24 de junio se cerró el ciclo abierto con la crisis de diciembre de 2001 que terminó con la expulsión del presidente Fernando de la Rúa. La impresentable corporación política se ha puesto nuevo ropaje, maquillado un poco y recuperado los espacios públicos de los que había sido desalojada por el clamor del “que se vayan todos”. Todos han regresado y vuelven a repartir las cartas.
La restauración fue exitosa no tanto por méritos propios, como por las falencias, mezquindades, trapisondas e ilusiones del llamado campo progresista, que culminó en su fragmentación e ineficacia. Sin estrategia, sin táctica, su plática y sus propuestas perdieron credibilidad.
Muchas conjeturas pueden establecerse sobre los motivos que llevaron a cambiar el comportamiento electoral de una parte del electorado de la ciudad de Buenos Aires.
Todos los sondeos realizados hasta un año atrás coincidían en que Macri tenía un techo impuesto por su imagen negativa, que le impediría alcanzar el 50 por ciento más uno, en una segunda vuelta. Ya le había pasado a Macri mismo en las pasadas elecciones y a Domingo Cavallo cuando enfrentó a Aníbal Ibarra. El propio Macri, admitiendo la certeza de estas evaluaciones, estudiaba otros escenarios para continuar con su vocación de Berlusconi criollo. No podía arriesgarse a perder por tercera vez.
Fue el proceso de juicio político y destitución de Ibarra, tras el estrago y tragedia de Cromañón, el que abrió las puertas al regreso de la derecha conservadora y neoliberal. De allí en más todo jugó a favor del marketing de Macri. Porque cuando hay un movimiento social y político unificado y con objetivos precisos, no hay marketing que valga. Pero esta vez la derecha –una heteróclita amalgama de neoliberales, conservadores, menemistas y exradicales— había encontrado las condiciones propicias para su gran restauración. El voto de los ricos y de la clase media alta ya estaba, en la elección del 2003 y aún antes, con Cavallo. Históricamente, es importante en la ciudad de Buenos Aires.
Ya habían cooptado a las unidades básicas peronistas de los barrios más pobres que respondían al clientelismo menemista. Ahora apuntaron a los sectores medios, con un mensaje sin contenido, armado con sólo sonrisas y promesas. Muy buena faena –y muy bien pagada— del asesor de imagen del bananero ecuatoriano Alvaro Novoa. Allí fracasó, ante al ascenso de Rafael Correa. Aquí, la receta fue exitosa. Se trataba de sumar a los votos propios de la derecha –entre el 35 y el 40 por ciento— todo posible descontento. Es este voto de castigo el que da vuelta el escenario y posibilita el triunfo a Macri. La bronca con el colapso del transporte colectivo; la bronca con los trenes arruinados por impunes concesionarios sin escrúpulos; la bronca con los subtes urbanos destartalados; la bronca con las escuelas públicas sin calefacción (y a veces, con techos desmoronados por la impresión y la incuria de las autoridades responsables); la bronca con los cortes de luz cuando hace calor y con la falta de gas cuando hace frío. Y con otras varias carencias igualmente inexplicables en una ciudad que tiene manifiestamente medios para una mejor calidad de vida.
Todo ello, sumado a la abstención y al voto en blanco propiciado por la sedicente “izquierda de la izquierda”, contribuyó a que Macri obtuviera el 60 por ciento de los votos. La mayor cifra alcanzada en Buenos Aires por un candidato de la derecha en la toda historia argentina.
Mientras el gobierno de Kirchner y sus candidatos querían discutir la política y los programas, apuntando a una discusión de programas e ideologías, Macri y su corte mediática vendían baratijas vecinalistas. Pero baratijas que, quiérase o no, capitalizan el descontento.
Algunos analistas han llegado a caracterizar como “fascista” a Macri y al electorado que lo votó. En Argentina se abusa de tal calificación: olvidadizo de que se trata de un concepto político descriptivo específicamente histórico, diríase que algunos opinadores lo usan simplemente como el susbtituto más a manos de “hijo de puta”.
Macri y el movimiento que lo apoya no son fascistas. Representan sin equívocos lo peor de la década de los 90: neoliberales en lo económico y conservadores en lo político. Agazapados, lesionados, debilitados pero no muertos.
No le faltan, ciertamente, a Mauricio Macri antecedentes familiares de fascismo puro, que le vienen de su abuela paterna, Lea Garbini. Su familia participó activamente del entorno del Duce. Pero la veta política tal vez le llega a Mauricio de su nonno Giorgio, que fue uno de los fundadores del partido L´uomo qualunque, tras la caída del fascismo. Por el lado del padre, Don Franco, más bien podría ser catalogado como peronista de derecha.
Franco Macri, que llegó a Buenos Aires a los 18 años, en 1949, trabajó como albañil en la construcción del Barrio Evita, en el gran Buenos Aires. Formó su primera empresa en los años de oro del peronismo. Aunque su fortuna la amasó, luego, como contratista del Estado, durante los gobiernos militares. Y en esa escalada, el fabuloso contrato de recolección de la basura de la ciudad de Buenos Aires, durante la dictadura militar, fue el gran salto.
Al llegar el menemismo, es Mauricio quien renegocia la concesión de la basura, con Carlos Grosso, un ex gerente general del grupo Socma (Sociedades Macri) convertido en intendente de Buenos Aires. La concesión fue renovada en junio de 1990, reconociendo mayores costos y jugosos beneficios para la empresa Manliba (sociedad de Macri con una compañía norteamericana). Se aprobó en el Consejo Deliberante en medio de un gran escándalo, ante la denuncia de una coima de 50.000 dólares para cada uno de los concejales que votaron afirmativamente por la renovación y el reconocimiento de los mayores precios. Las negociaciones las dirigió personalmente Mauricio Macri, por lo que no se puede negar que de la basura de la ciudad algo sabe.
Varias negociaciones similares lo tuvieron en un rol protagónico durante los años ’90. Algunos negocios lo llevaron a los tribunales, procesado por contrabando de autopiezas y evasión de impuestos. En otros, a largos litigios y a quiebras como la del Correo, que volvió al Estado tras la bochornosa administración de los Macri.
De todos modos, Mauricio puede exhibir la exitosa campaña de Boca Juniors durante su presidencia; siempre y cuando no se hurgue demasiado en los contratos de compra y venta de jugadores. O sea, una especie de copia de Silvio Berlusconi. Copia devaluada. Porque los Macri no están entre los más ricos de la Argentina y sus emprendimientos tuvieron varios malos pasos en los últimos tiempos.
La oligarquía diversificada, como llama Eduardo Basualdo a los dueños del poder económico del país, siempre miró por encima del hombro a Macri. Don Franco descubrió una vez que tenía intervenidos los teléfonos desde muchos años atrás. Y no por los servicios de inteligencia del Estado, sino por sus competidores más poderosos. Allí pudo explicarse el motivo de varias derrotas en la pretensión de hacerse con algunas de las empresas públicas que le interesaban y entonces rifaba Menem, su amigo. Asimismo, por su amistad con Alfredo Yabrán –públicamente admitida, y no como tantos que hicieron grandes negocios para después negarlo—, tuvo encontronazos con Cavallo, pese a que Don Franco fue uno de los primeros cotizantes de la Fundación Mediterránea. También fue a un juicio con el otrora famoso y hoy olvidado y devaluado paladín del mercado neoliberal Bernardo Neustadt, por haberlo calificado de “mafioso”.
Como la necesidad tiene cara de hereje, la derecha encontró en Mauricio, el primogénito de la familia, a un adelantado para la recuperación de la hegemonía ideológica, porque el poder real nunca lo perdieron.
La limitación para trasladar esta cabecera de playa de Buenos Aires a las elecciones nacionales de octubre es evidente. Es inviable unificar a las distintas expresiones de la derecha en el ámbito nacional, pese a que todos pueden festejar el triunfo de Macri como una piedra en el zapato para el gobierno de Kirchner.
Sin embargo, los resultados de las elecciones del domingo 24 de junio en Buenos Aires tendrán que ser evaluados en la estrategia futura del gobierno de Kirchner.
Los buenos números macroeconómicos no siempre tienen un correlato inmediato en la política, a diferencia de las situaciones de crisis cuyo impacto se nota rápidamente. La Argentina se ha recuperado de la mayor depresión económica de la historia durante el periodo 1998-2002. La recuperación, en un contexto internacional y regional favorable, ha permitido navegar al gobierno de Kirchner sin grandes obstáculos. Pero el triunfo de Macri es un síntoma de que la derecha prepara una contraofensiva. Y jugará para hacer retroceder derechos y garantías democráticas en la ciudad de Buenos Aires, que en los noventa y enfrentando al menemismo sancionó la Constitución más progresista de todo el país, y una de las más avanzadas de América Latina. Con institutos como el presupuesto participativo, la revocatoria de los mandatos y la consulta popular, entre otros.
Y esta derecha o centro derecha no solamente tiene una base política y social en la ciudad de Buenos Aires. Está en todo el país. Y puede vestirse de peronista, radical o clerical, según le convenga.
Carlos Abel Suárez es miembro del Consejo de Redacción de SINPERMISO.

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