lunes, 16 de abril de 2007

La bella y peligrosa Lilith


“Tengo la impresión de que había en Rossen y en su film algo tan oculto y tan precioso que no volveré a encontrar jamás” , Jean Seberg.



Lilith es una película de una rara belleza. Filmada en blanco y negro a mediados de los '60, es el canto del cisne del ya veterano director Robert Rossen. La bellísima Jean Seberg hace de esquizofrénica, internada en un manicomio privado, de quien se enamora Warren Beatty, siempre tartamudeante y algo alelado, en el papel de un ex veterano de guerra que busca en un trabajo de acompañante terapéutico darle un sentido a su vida pero que finalmente es arrastrado por su obsesión por ella hacia la transgresión y la locura.


Eran años en que el cine se empantanaba. Las películas "profundas", con contenido explícito, plagadas de simbología sexual y de un freudismo de pacotilla avanzaban como langostas y pronto se comerían todo el cine de lo que alguna vez fue Hollywood. Sólo resistirían algunos directores jóvenes que hacían su aprendizaje patrocinados por Roger Corman con los viejos maestros como modelo. Lilith bien pudo ser una bazofia efectista psicologizante. La salva de eso -y la convierte en una película interesante- el oficio de su director, que en todo momento mantiene el control sobre su material y demuestra sensibilidad y humanidad para acercarse a su tema, y un par de muy buenas actuaciones como las de Peter Fonda, un jovencísimo pero ya pelado Gene Hackman y la propia Seberg, musa de Godard. Es difícil juzgar a Warren Beatty, a quien debimos aguantar con su cara de bobo en infinidad de malas películas. Digamos que nunca lo vimos tan bien, y en ocasiones está muy bien. Hace de lelo, de perdido, es lo suyo.


Es una película bella, dijimos, pero también sombría, con un clima de tensión y encierro creciente que sólo se vuelve un poco previsible al final. Las películas sobre la locura -tema caro a aquellos años, recordar si no la brillante Shock Corridor, de Fuller- inquietan e incomodan, pero en este caso la vida en el manicomio está tratada de una manera estilizada y no pocas veces cae en estereotipos. El proceso de locura de Beatty se precipita, obsesionado por Lilith se hunde en una espiral de culpa y celos hasta provocar la muerte de otro de los pacientes, su rival frente a la muchacha, pero justamente a causa de esta precipitación no consigue interesar demasiado.


No es el caso de Lilith -a un lado la torpeza de la analogía bíblica- que cautiva al personaje de Warren -vía un Edipo galopante-, y nos cautiva, con su belleza perversa, a la vez inocente y ninfomaníaca.


Lograda la atmósfera asfixiante de la tediosa vida en un pueblo del interior de los Estados Unidos, cuyos habitantes parecen atrapados por una telaraña de la misma materia que la de la locura.


En definitiva esto es lo que intenta la película, éste es su "mensaje" -no, el bueno de Rossen no nos libra del consabido mensaje- la locura está a la vuelta de la esquina, locura y cordura son dos aspectos de una misma realidad cuyos límites no están en absoluto definidos. Por suerte la película entrega momentos de melancólica belleza que hacen olvidar aquellas torpezas.


¡Y Jean Seberg es una de las más bellas actrices de todos los tiempos!

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